Todo comenzó en un pueblito enclavado en las montañas del norte del Tolima, habitado por emigrantes del viejo Caldas, Antioquia, Cundinamarca, Boyacá y Santander del Sur.
Su procedencia campesina era garante de honradez y señorío. Agricultores y arrieros, por excelencia. Profesaban la religión católica. Era un honor que un miembro de la familia fuese sacerdote, o monja.
Las campanas de la iglesia anunciaban a diario, las doce del mediodía y las seis de la tarde. Los hombres se quitaban el sombrero al escuchar el sonido de las campanas y en las casas Rezaban el Ave María. Es un pueblito de rancia estirpe paisa, que aún conserva sus costumbres heredadas de los pueblos católicos. Sus mujeres, matronas de gran abolengo y los hombres, con su palabra empeñada. Lo dicho, era una escritura.
No había forasteros, todos se conocían. Saludables y afables. Nada pasaba desapercibido, todo se sabía.
Un día circuló la noticia nefasta, que una señorita, hija de una gran familia, estaba embarazada por segunda vez. El chisme cundió por todo el pueblo. Era un pecado mortal y social que una mujer sin haber contraído matrimonio, resultara embarazada. Fue un escándalo fenomenal. La señorita hubo de abandonar el pueblo y su familia.
Con su niña, hija de su primer embarazo, de nombre Soledad, de quien hablaremos posteriormente, viajó a la ciudad de Manizales a refugiarse donde unos parientes. Fue un viaje agotador por un camino de herradura, durante doce horas. Agobiada y afligida, llorando su desventura.
Cuántas penurias, cuántos sufrimientos hubo de vivir esta madre incomprendida por una sociedad displicente y aferrada a estándares católicos erróneos. Los familiares la acogieron y allí un veinticinco de septiembre del año 1937 nació Julio César, quien año y medio después, fue llevado por su tío Miguel Hoyos, al pueblito Casabianca, donde vivió su niñez y parte de su juventud al lado de sus abuelos Benilda Aristizabal y Julio Hoyos.
Para que esta pequeña historia de vida tenga validez, es justo y necesario rendirle homenaje de admiración y respeto a la mujer que le dio la vida a Julio César.
Julia Hoyos Aristizabal, hermosa como los atardeceres en las nieves eternas del nevado del Ruiz, donde la luna de plata y zafiro se asoma coqueta iluminando el paisaje sideral.
Luchó por sus hijos hasta el final. Abnegada, honrada y trabajadora, luchadora podríamos decir.
Años más tarde contrajo matrimonio católico con el gran señor Marcos Velandia.
El agradecimiento es eterno. Su memoria siempre estará intestada en los anaqueles de la historia del corazón. Descanse en paz Julia Hoyos Aristizabal, sus hijos la recordarán por siempre. Su tumba en el cementerio Central de la ciudad de Bogotá, estará por siempre orlada de flores que su hijo Guillermo, guardián perenne, lleva semana tras semana.
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Hermoso papi
Maestro… Hermosa prosa… gracias… Merece un Capítulo… si lo permites. Papo
Gracias! encantado.